"Dios mío, cuánto he esperado para ver a mi hijo Michael", nacido durante su cautiverio, afirma sentado en el salón de su casa en Kobayat, en el norte de Líbano, rodeado de su madre, su mujer y su segundo vástago.
Este hombre de 30 años forma parte de la veintena de soldados y policías secuestrados por el Frente Al Nusra, rama siria de Al Qaida, y el grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad libanesa de Arsal, en la frontera siria, en agosto de 2014.
Su liberación el martes junto con otros 15 rehenes en manos de Al Nusra, a cambio de 25 presos, supuso el epílogo de largas negociaciones llevadas a cabo por Líbano, país que a su pesar se ha visto salpicado por la guerra de la vecina Siria.
Georges Khoury fue transferido a Arsal, en 2014, en la frontera con Siria, donde la guerra y sus repercusiones se hacen sentir del lado libanés. Ahí, el 2 de agosto, su vida cambió.
"Estábamos bebiendo café con el comandante del batallón cuando una bala mató al sargento Dirani", recuerda, con las manos temblorosas, mientras enciende un cigarrillo.
El ataque tiene como objetivo soldados y miembros de los cuerpos de seguridad, que resultan heridos o mueren ante los ojos de Khoury.
En pocos minutos, el soldado Khoury se ve rodeado por decenas de combatientes. "Estaban encapuchados y fuertemente armados. No menos de 20 de ellos me rodearon y uno me prometió no matarme si me rendía".
Otro le roba su teléfono, antes de empujarlo hacia un camión, con otros prisioneros. "Nos pisaban, nos insultaban, pero felizmente no nos golpearon", relata.
Luego es llevado a una gruta, la primera de una serie de guaridas donde permanecerían encerrados los 16 meses de su cautiverio.
Pasan la mayor parte del tiempo en la oscuridad, con los ojos vendados salvo para comer o ir al baño. Para darse ánimos, hablan entre ellos de sus familias.
Georges Koury habla entonces de su hijo de cuatro años, y de su mujer Marie, que dio a luz cuando él estaba en pleno cautiverio. "Gracias a Dios, mi vida está ahora llena de alegría", dice Marie, mirando a su marido.
Khoury prosigue su relato. Algunos de sus carceleros hablan con ellos, e incluso los autorizan a pasear, pero otros utilizan la tortura psicológica para aterrarlos, a veces con petardos.
Los prisioneros reciben cursos de islam, pero Khoury, cristiano, asegura que no fue obligado a convertirse.
Después de más de un mes de cautiverio, los yihadistas ejecutan a un primer rehén, Mohamed Hammiya, un chiita. "Lloré durante dos días", dice Khoury.
Un segundo soldado, Ali al Bazal, también chiita, es separado del grupo, y luego asesinado.
Los demás hombres son transferidos a una gruta, y más adelante a una casa. En cada ocasión se desvanecen sus esperanzas de ser liberados.
Finalmente, la semana pasada se llegó a un acuerdo. Se les permite ducharse, vestirse con ropa limpia y echarse incluso colonia.
Cuando las negociaciones fracasan temporalmente en el último puesto de control, Khoury se pone a temblar, y reza. Finalmente, será conducido a unas ambulancias de la Cruz Roja, que lo llevan a un puesto de control del ejército.
En la ambulancia, Georges Khoury pide prestado un teléfono para llamar a su madre. "¡Mamá, soy Georges!", dice. "¿Georges quién?", responde la mujer, incrédula.
"Le dije 'soy yo, tu hijo', y ella empezó a gritar de alegría".
Este hombre de 30 años forma parte de la veintena de soldados y policías secuestrados por el Frente Al Nusra, rama siria de Al Qaida, y el grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad libanesa de Arsal, en la frontera siria, en agosto de 2014.
Su liberación el martes junto con otros 15 rehenes en manos de Al Nusra, a cambio de 25 presos, supuso el epílogo de largas negociaciones llevadas a cabo por Líbano, país que a su pesar se ha visto salpicado por la guerra de la vecina Siria.
Georges Khoury fue transferido a Arsal, en 2014, en la frontera con Siria, donde la guerra y sus repercusiones se hacen sentir del lado libanés. Ahí, el 2 de agosto, su vida cambió.
"Estábamos bebiendo café con el comandante del batallón cuando una bala mató al sargento Dirani", recuerda, con las manos temblorosas, mientras enciende un cigarrillo.
El ataque tiene como objetivo soldados y miembros de los cuerpos de seguridad, que resultan heridos o mueren ante los ojos de Khoury.
- Ojos vendados -
En pocos minutos, el soldado Khoury se ve rodeado por decenas de combatientes. "Estaban encapuchados y fuertemente armados. No menos de 20 de ellos me rodearon y uno me prometió no matarme si me rendía".
Otro le roba su teléfono, antes de empujarlo hacia un camión, con otros prisioneros. "Nos pisaban, nos insultaban, pero felizmente no nos golpearon", relata.
Luego es llevado a una gruta, la primera de una serie de guaridas donde permanecerían encerrados los 16 meses de su cautiverio.
Pasan la mayor parte del tiempo en la oscuridad, con los ojos vendados salvo para comer o ir al baño. Para darse ánimos, hablan entre ellos de sus familias.
Georges Koury habla entonces de su hijo de cuatro años, y de su mujer Marie, que dio a luz cuando él estaba en pleno cautiverio. "Gracias a Dios, mi vida está ahora llena de alegría", dice Marie, mirando a su marido.
- '¡Mamá, soy Georges!' -
Khoury prosigue su relato. Algunos de sus carceleros hablan con ellos, e incluso los autorizan a pasear, pero otros utilizan la tortura psicológica para aterrarlos, a veces con petardos.
Los prisioneros reciben cursos de islam, pero Khoury, cristiano, asegura que no fue obligado a convertirse.
Después de más de un mes de cautiverio, los yihadistas ejecutan a un primer rehén, Mohamed Hammiya, un chiita. "Lloré durante dos días", dice Khoury.
Un segundo soldado, Ali al Bazal, también chiita, es separado del grupo, y luego asesinado.
Los demás hombres son transferidos a una gruta, y más adelante a una casa. En cada ocasión se desvanecen sus esperanzas de ser liberados.
Finalmente, la semana pasada se llegó a un acuerdo. Se les permite ducharse, vestirse con ropa limpia y echarse incluso colonia.
Cuando las negociaciones fracasan temporalmente en el último puesto de control, Khoury se pone a temblar, y reza. Finalmente, será conducido a unas ambulancias de la Cruz Roja, que lo llevan a un puesto de control del ejército.
En la ambulancia, Georges Khoury pide prestado un teléfono para llamar a su madre. "¡Mamá, soy Georges!", dice. "¿Georges quién?", responde la mujer, incrédula.
"Le dije 'soy yo, tu hijo', y ella empezó a gritar de alegría".