
Los obispos en Roma, en el Concilio Vaticano II
El anterior concilio Vaticano I, convocado por Pío IX, papa anti-modernista, reunió 793 obispos en 1869 y 1870, y decretó la infalibilidad pontifical. Vaticano II fue un concilio profundamente renovador, concentrado no solo en la Iglesia sino en las relaciones con la sociedad y el mundo entero.
Los concilios de Nicea en 325 y 787, y el de Trento (1545-1563), para solo citar los más conocidos, hicieron posible al papa y a los obispos tomar nuevas orientaciones y fijar líneas directrices.
El 25 de enero de 1959, Juan XXIII, ante la sorpresa general, anunció el concilio Vaticano II.
En su apertura, el 11 de octubre de 1962, la mayoría conservadora esperaba una confirmación de la autoridad del papa y del Vaticano, sin grandes cambios, aunque se sentían ya muchas tensiones. Pero muy pronto, un mini golpe condujo hacia otra orientación.
Desde el inicio del Concilio, el cardenal de Lille (Francia), Achille Lienart, cuestionó la composición de las diez comisiones, a la que consideró "prefabricada".
El destino del Concilio cambiaría a partir de ese instante. A lo largo del mismo, adentro y por fuera de las sesiones en la basílica de San Pedro, prelados, en especial franceses y alemanes, desempeñaron un gran papel para acelerar la tendencia reformista de los trabajos y hacer adoptar textos en torno a los cuales hubo acerbas discusiones.
En total 2.850 sacerdotes conciliares participaron en las reuniones de trabajo, así como 487 expertos -entre ellos Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, quien trabajó al lado del cardenal de Colonia, Joseph Frings- ayudaron a los 2.251 obispos presentes.
Por primera vez, fueron invitados observadores de otras iglesias y también auditores laicos, como el filósofo francés Jean Guitton.
Cuatro sesiones de cuatro meses se llevaron a cabo cada año, en 1962, 1963, 1964 y 1965. El Concilio fue cerrado por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.
El 3 de junio de 1963, murió Juan XXIII tras haber publicado su gran encíclica, "Pacem in Terris".
Dieciocho días más tarde, el cardenal italiano Giovanni Montini, arzobispo de Milán, fue elegido y retomó la antorcha de su antecesor.
Los documentos principales del Concilio fueron cuatro "constituciones": "Sacrosanctum Concilium", sobre la reforma de la liturgia y la participación de los fieles; "Lumen Gentium", sobre la Iglesia "pueblo de Dios" y no solo la institución clerical y jerárquica; "Dei Verbum", sobre el estudio y el conocimiento indispensables de las escrituras, y "Gaudium et Spes", texto muy optimista sobre el papel de la Iglesia en el mundo y con el mundo.
El Concilio adoptó once decretos y declaraciones, entre ellos "Dignitatis Humanae", sobre la libertad religiosa, y "Nostra Aetate", que expresa el respeto de la Iglesia por las otras religiones del orbe.
Estos textos representaron una revolución respecto a los musulmanes y en especial los judíos, tras siglos de antijudaísmo católico, lo que no gustó a los tradicionalistas.
Los concilios de Nicea en 325 y 787, y el de Trento (1545-1563), para solo citar los más conocidos, hicieron posible al papa y a los obispos tomar nuevas orientaciones y fijar líneas directrices.
El 25 de enero de 1959, Juan XXIII, ante la sorpresa general, anunció el concilio Vaticano II.
En su apertura, el 11 de octubre de 1962, la mayoría conservadora esperaba una confirmación de la autoridad del papa y del Vaticano, sin grandes cambios, aunque se sentían ya muchas tensiones. Pero muy pronto, un mini golpe condujo hacia otra orientación.
Desde el inicio del Concilio, el cardenal de Lille (Francia), Achille Lienart, cuestionó la composición de las diez comisiones, a la que consideró "prefabricada".
El destino del Concilio cambiaría a partir de ese instante. A lo largo del mismo, adentro y por fuera de las sesiones en la basílica de San Pedro, prelados, en especial franceses y alemanes, desempeñaron un gran papel para acelerar la tendencia reformista de los trabajos y hacer adoptar textos en torno a los cuales hubo acerbas discusiones.
En total 2.850 sacerdotes conciliares participaron en las reuniones de trabajo, así como 487 expertos -entre ellos Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, quien trabajó al lado del cardenal de Colonia, Joseph Frings- ayudaron a los 2.251 obispos presentes.
Por primera vez, fueron invitados observadores de otras iglesias y también auditores laicos, como el filósofo francés Jean Guitton.
Cuatro sesiones de cuatro meses se llevaron a cabo cada año, en 1962, 1963, 1964 y 1965. El Concilio fue cerrado por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.
El 3 de junio de 1963, murió Juan XXIII tras haber publicado su gran encíclica, "Pacem in Terris".
Dieciocho días más tarde, el cardenal italiano Giovanni Montini, arzobispo de Milán, fue elegido y retomó la antorcha de su antecesor.
Los documentos principales del Concilio fueron cuatro "constituciones": "Sacrosanctum Concilium", sobre la reforma de la liturgia y la participación de los fieles; "Lumen Gentium", sobre la Iglesia "pueblo de Dios" y no solo la institución clerical y jerárquica; "Dei Verbum", sobre el estudio y el conocimiento indispensables de las escrituras, y "Gaudium et Spes", texto muy optimista sobre el papel de la Iglesia en el mundo y con el mundo.
El Concilio adoptó once decretos y declaraciones, entre ellos "Dignitatis Humanae", sobre la libertad religiosa, y "Nostra Aetate", que expresa el respeto de la Iglesia por las otras religiones del orbe.
Estos textos representaron una revolución respecto a los musulmanes y en especial los judíos, tras siglos de antijudaísmo católico, lo que no gustó a los tradicionalistas.