"Antes, contemplábamos la luna llena desde las dunas. Eso era la libertad. Ahora, incluso dentro de nuestras casas tenemos miedo". Antiguo guía, El Hadj Mohamed Salé, con su largo turbante blanco enrollado en la cabeza, recuerda la edad dorada de su ciudad.
Con un álbum de fotos en la mano, observa los sitios de sus expediciones pasadas: el Sáhara, inmaculado, de una belleza exorbitante, pinturas rupestres, un árbol seco perdido en medio de la nada árida...
En otras imágenes, se le ve rodeado "de un grupo de suizos" o con "(su) amigo canadiense". "A veces, podía haber centenares de personas en el desierto", recuerda.
Entre la década de 1980 y la del 2000, Agadez, paraíso de la cultura saheliana, hizo las delicias de miles de turistas, que fotografiaban su minarete del siglo XV, deambulaban por el viejo barrio de paredes ocres o dejaban atrás la "puerta del desierto" para perderse en el Sáhara.
Pero las revueltas tuareg de los años 1990-1995 y 2007 hicieron desplomarse al sector turístico, que quedó destruido por la implantación de movimientos yihadistas en el Sahel.
El secuestro en septiembre de 2010 de siete extranjeros empleados del gigante nuclear francés Areva y de la Satom (filial de la constructora francesa Vinci) en la ciudad de Arlit, a 240 kilómetros de Agadez, "firmó el certificado de defunción del turismo en Níger", considera Ibrahim Manzo Diallo.
"Hemos perdido la esperanza", agrega esta destacada figura de la prensa de Agadez.
La caída del dictador libio Muamar Gadafi, que generó una gran inestabilidad en la región, donde los grupos criminales, en ocasiones yihadistas, proliferan desde entonces, acabó con la ilusión de una posible vuelta a la normalidad.
"Todos los tráficos, el lavado de oro, mercancías robadas en Libia, la migración clandestina, la cocaína... se concentran en Agadez", explica Rhissa Ag Boula, consejero del presidente Mahamadou Issoufou.
"Es más que un 'Far West'. Hoy, Agadez es peligrosa", puntualiza.
Se acabaron los atractivos artículos sobre la ciudad y las hordas de turistas, a pesar de que fuera catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2013.
Agadez, último lugar de tránsito importante antes de Libia en dirección a Europa, protagoniza los titulares por sus "ghettos" para migrantes, sus traficantes intrépidos, sus criminales de toda índole y su inseguridad.
Agadez es un "punto de tránsito" pero no "un centro de tráficos", desmiente su alcalde, Rhissa Feltou, que asegura que los medios de comunicación han deformado la imagen de la localidad.
La ciudad, "cruce" de la región, "siempre ha conocido" los flujos migratorios, pero "a menor escala", reconoce el alcalde. Y recuerda que los migrantes "hacen funcionar la economía" local: "viven en casas con los propietarios, compran para comer, alquilan casas".
"Agadez era una ciudad positiva, donde todo el mundo se mezclaba. Pero se ha convertido en un vertedero de todos los traficantes, de todos los criminales", lamenta Salifou Manzo, funcionario y miembro destacado de la sociedad civil.
Los flamantes vehículos nuevos robados en Libia afloran. Los puestos de venta de carretillas, palas o detectores de metales pululan por todas partes, fruto de la fiebre del oro, una actividad que comenzó hace dos años en el lugar desértico de Djado, a un millar de kilómetros al noreste.
Al atardecer, los automóviles cargados de migrantes circulan por la periferia de Agadez.
De forma unánime, los residentes denuncian este tráfico, que causa inseguridad, mendicidad, contaminación... en una ciudad de unos 120.000 habitantes en la que, según dicen ellos mismos, la población ha explotado.
"Las infraestructuras están saturadas. No hay agua ni electricidad", lamenta Salifou Manzo. Y lo que es más grave, según el funcionario: "los habitantes sienten vergüenza. Han perdido su ideal".
El otrora guía El Hadj Mohamed Salé, con los ojos llenos de estrellas, se ha convertido en reparador de detectores de metales. "Ahora hacemos un poco de todo", filosofa. "Hay que mantener la cabeza fuera del agua".
Con un álbum de fotos en la mano, observa los sitios de sus expediciones pasadas: el Sáhara, inmaculado, de una belleza exorbitante, pinturas rupestres, un árbol seco perdido en medio de la nada árida...
En otras imágenes, se le ve rodeado "de un grupo de suizos" o con "(su) amigo canadiense". "A veces, podía haber centenares de personas en el desierto", recuerda.
Entre la década de 1980 y la del 2000, Agadez, paraíso de la cultura saheliana, hizo las delicias de miles de turistas, que fotografiaban su minarete del siglo XV, deambulaban por el viejo barrio de paredes ocres o dejaban atrás la "puerta del desierto" para perderse en el Sáhara.
Pero las revueltas tuareg de los años 1990-1995 y 2007 hicieron desplomarse al sector turístico, que quedó destruido por la implantación de movimientos yihadistas en el Sahel.
El secuestro en septiembre de 2010 de siete extranjeros empleados del gigante nuclear francés Areva y de la Satom (filial de la constructora francesa Vinci) en la ciudad de Arlit, a 240 kilómetros de Agadez, "firmó el certificado de defunción del turismo en Níger", considera Ibrahim Manzo Diallo.
"Hemos perdido la esperanza", agrega esta destacada figura de la prensa de Agadez.
La caída del dictador libio Muamar Gadafi, que generó una gran inestabilidad en la región, donde los grupos criminales, en ocasiones yihadistas, proliferan desde entonces, acabó con la ilusión de una posible vuelta a la normalidad.
- 'Todos los tráficos' -
"Todos los tráficos, el lavado de oro, mercancías robadas en Libia, la migración clandestina, la cocaína... se concentran en Agadez", explica Rhissa Ag Boula, consejero del presidente Mahamadou Issoufou.
"Es más que un 'Far West'. Hoy, Agadez es peligrosa", puntualiza.
Se acabaron los atractivos artículos sobre la ciudad y las hordas de turistas, a pesar de que fuera catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2013.
Agadez, último lugar de tránsito importante antes de Libia en dirección a Europa, protagoniza los titulares por sus "ghettos" para migrantes, sus traficantes intrépidos, sus criminales de toda índole y su inseguridad.
Agadez es un "punto de tránsito" pero no "un centro de tráficos", desmiente su alcalde, Rhissa Feltou, que asegura que los medios de comunicación han deformado la imagen de la localidad.
La ciudad, "cruce" de la región, "siempre ha conocido" los flujos migratorios, pero "a menor escala", reconoce el alcalde. Y recuerda que los migrantes "hacen funcionar la economía" local: "viven en casas con los propietarios, compran para comer, alquilan casas".
"Agadez era una ciudad positiva, donde todo el mundo se mezclaba. Pero se ha convertido en un vertedero de todos los traficantes, de todos los criminales", lamenta Salifou Manzo, funcionario y miembro destacado de la sociedad civil.
Los flamantes vehículos nuevos robados en Libia afloran. Los puestos de venta de carretillas, palas o detectores de metales pululan por todas partes, fruto de la fiebre del oro, una actividad que comenzó hace dos años en el lugar desértico de Djado, a un millar de kilómetros al noreste.
Al atardecer, los automóviles cargados de migrantes circulan por la periferia de Agadez.
De forma unánime, los residentes denuncian este tráfico, que causa inseguridad, mendicidad, contaminación... en una ciudad de unos 120.000 habitantes en la que, según dicen ellos mismos, la población ha explotado.
"Las infraestructuras están saturadas. No hay agua ni electricidad", lamenta Salifou Manzo. Y lo que es más grave, según el funcionario: "los habitantes sienten vergüenza. Han perdido su ideal".
El otrora guía El Hadj Mohamed Salé, con los ojos llenos de estrellas, se ha convertido en reparador de detectores de metales. "Ahora hacemos un poco de todo", filosofa. "Hay que mantener la cabeza fuera del agua".